Le roció gasolina y luego prendió fuego
- mayo 8, 2025
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En el tranquilo pueblo de La Garita, un pequeño grupo de casas se encuentran dispersas entre caminos de polvo rojo, donde la paz de un amanecer cualquiera se
En el tranquilo pueblo de La Garita, un pequeño grupo de casas se encuentran dispersas entre caminos de polvo rojo, donde la paz de un amanecer cualquiera se
En el tranquilo pueblo de La Garita, un pequeño grupo de casas se encuentran dispersas entre caminos de polvo rojo, donde la paz de un amanecer cualquiera se rompió en la mañana del martes 6 de mayo. Este amanecer trajo consigo un silencio pesado, uno de esos silencios que se llenan con el miedo palpable de los vecinos que, en sus corazones, sabían que algo terrible había sucedido.
En este rincón rural del municipio de Río Viejo, en el Departamento de Bolívar, se encontró el cuerpo de José Ardila, un joven de 29 años originario de Barranquilla que había llegado a esta remota zona años atrás en busca de nuevas oportunidades laborales en el campo. Las mujeres de la ciudad estaban dispuestas a contar lo ocurrido sin necesidad de contener sus emociones.
La noche anterior a esta horrorosa mañana, José y su esposa, Yoselin Ortiz, habían tenido una acalorada discusión, llena de la rabia e ira que parecía ser parte de su rutina diaria. Según los testigos, este tipo de enfrentamientos ya era común en su modesta vivienda.
Los gritos que atravesaban la noche se tornaron en golpes, y eventualmente, el sonido se desvaneció en un silencio ominoso. Minutos más tarde, Yoselin, llena de energía pero también de desesperación, salió de casa como un alma en pena en busca de lo inusitado: un tambor lleno de gasolina. Nadie sabe de dónde lo sacó; tal vez lo había preparado con antelación o quizás fue un momento de locura impulsivo.
Lo cierto es que Yoselin regresó con el tambor entre sus manos y una mirada llena de odio. Ante los ojos de vecinos que ahora se maldecían por no haber intervenido a tiempo, Yoselin roció el combustible sobre su esposo.
En un instante, que pareció detener el tiempo, le prendió fuego con una cerilla. En cuestión de segundos, según relatan los vecinos, José Ardila se convirtió en una antorcha humana, corriendo y gritando por la acera, mientras su esposa huyó en la misma dirección de donde había venido, dejando tras de sí el horror consumido por las llamas.
A pesar de que los vecinos se unieron para apagar las llamas y trasladar a José a un centro médico, la esperanza se esfumó rápidamente: José Ardila falleció horas después, víctima de las quemaduras. Su cuerpo, por otra parte, se convirtió en un símbolo de los buenos recuerdos que anteriormente había compartido junto a su esposa.
Mientras tanto, en el pueblo de La Garita, los vecinos encenden velas, no para iluminar la noche, sino para apaciguar el fantasma de una tragedia que sigue vivo en sus memorias.
«¿Cómo puede alguien hacerle algo así a quien alguna vez amó?» es la pregunta que lanza una anciana mientras barre su patio. «Nadie en la Tierra tiene tanto mal en su corazón».
Documario del periodista Jineth Bedoya. Foto:
Cartagena